Judaísmo diaspórico y judaísmo israelí

Por: Bernardo Sorj 22/11/2023

Apresentado no Congreso Internacional de Pesquisadores em Estudos Judaicos

São Paulo,  6 de novembro 2023

Bernardo Sorj

 

 

Quisiera presentar algunas reflexiones, que no pretenden ser sistemáticas, sobre las transformaciones de la identidad judía en el mundo contemporáneo. Me centraré en el tema de la relación entre el judaísmo diaspórico y el judaísmo israelí y, en la sección final, haré algunos comentarios rápidos sobre el judaísmo latinoamericano.

 

programa do congressode pesquisadores judaicoa

Encuentros y desencuentros entre la diáspora y el Estado de Israel

La particular sensibilidad de la condición diaspórica se ha visto modificada por la existencia del Estado de Israel. Los judíos disponen por fin de un Estado propio al que pueden trasladarse si lo desean, sin tener que esperar la llegada del Mesías. En la diáspora la existencia de Israel ha producido un sentimiento de empoderamiento asociado a la capacidad militar del país y de orgullo por sus logros científicos y tecnológicos. Tuvo un efecto profundo en la psique de un pueblo que había vivido durante dos milenios sin la capacidad de defenderse de la violencia de la mayoría. Paradójicamente, aunque la existencia del Estado de Israel ha producido un empoderamiento psicológico, también se ha convertido, dados los retos geopolíticos del país, en una fuente renovada de angustia existencial. El país que ha generado una sensación de seguridad no ha eliminado, por el contrario, las inseguridades y temores arraigados en la psique colectiva.

El Estado de Israel se ha convertido en parte de la identidad del judío diaspórico, es decir, su existencia es una referencia que moviliza los sentimientos más diversos, pero nunca la indiferencia, y casi siempre la preocupación por su destino.

Uno de los efectos secundarios sobre la identidad diaspórica producidos en parte por el Estado de Israel ha sido la pérdida, por parte de sectores de la comunidad judía, de lo que podríamos llamar la sabiduría histórica que encarna el hecho de ser un grupo minoritario. En particular, sectores económicamente más exitosos, que atemperaban sus intereses de clase con una mayor sensibilidad social y cultural hacia las causas de los sectores oprimidos, comenzaron a apoyar agendas de extrema derecha. En esta nueva constelación, sectores de las comunidades judías se alinean con líderes antidemocráticos de la política nacional y apoyan las posiciones de gobiernos de derecha en Israel, muy alejados de los valores e intereses de largo plazo de la vida en la diáspora.

Paradójicamente, el sentimiento de inseguridad existencial que se asociaba a la condición diaspórica se ha mantenido aún más intenso en Israel, debido al riesgo que supone un entorno hostil, que incluye países y organizaciones que declaran su deseo de destruir la “Entidad Sionista”. Igualmente paradójico resulta que parte del antisemitismo que se experimenta hoy en la diáspora proceda de grupos islámicos vinculados al conflicto de Oriente Próximo.

El vórtice que une a Israel y a la diáspora es el Holocausto. La destrucción del Segundo Templo fue interpretada por los rabinos como el comienzo del Galut, que terminaría con la llegada del Mesías. El drama humano mucho mayor que fue el Holocausto no provocó ningún cambio importante en las narrativas de las diversas corrientes religiosas. Éstas se han quedado atascadas entre el silencio y el reconocimiento de que nos enfrentamos a lo as indescifrables, cuando no respuestas  indecentes, de unos pocos rabinos ultraortodoxos, explicando que se trataba de un  castigo divino. Para la mayoría de los judíos, la respuesta dada por la historia fue laica.

Para los judíos de la diáspora, la lección del Holocausto fue que sólo el respeto de los derechos humanos y la democracia garantizan un entorno en el que puedan prosperar y en el que no sean perseguidos. En el Estado de Israel, el Holocausto se asoció a los riesgos de destrucción del país por sus vecinos y a la necesidad de disponer de fuerzas armadas para garantizar su supervivencia. Israel, que debía ser un lugar donde los judíos estarían a salvo de la persecución. Dada la disposición de  países del mundo musulmán y de  grupos palestinos de destruirlo, creó un vínculo que unió a la mayoría de los judíos del mundo en apoyo y defensa del Estado de Israel.  

El riesgo existencial de Israel ha creado un profundo vínculo en la diáspora, pero también, a la inversa, ha hecho que Israel dependa de su apoyo. La visión de Ben-Gurion, a principios de la década de 1950, resultó equivocada, al igual que la de muchos israelíes, como el escritor A.B. Yehoshua. Ben-Gurion dijo que con la creación del Estado de Israel, el sionismo dejaría de existir y que los judíos deberían hacer aliya o asimilarse. Resultó que la diáspora no sólo siguió existiendo, sino que, sobre todo la comunidad de Estados Unidos, se convirtió en un importante apoyo de la política exterior israelí. A. B. Yehoshua, por su parte, siempre expresó su desprecio por la diáspora, diciendo que sólo en Israel podía haber una vida verdaderamente judía. Curiosa afirmación viniendo de un judío laico y humanista, teniendo en cuenta que sólo en la diáspora coexisten y florecen todas las corrientes del judaísmo sin discriminación entre ellas, y el judaísmo no es utilizado por corrientes políticas para justificar posturas nacionalistas xenófobas y racistas.

La defensa de los derechos humanos en la diáspora y el uso de la fuerza militar en Israel son dos caras de una misma experiencia histórica que, en situaciones como las relacionadas con la cuestión palestina, produce fisuras y divisiones en el seno de las comunidades judías.

El Estado de Israel ha delegado en sí mismo la representación del pueblo judío, y muchas de las instituciones judías en la diáspora se han transformado en instrumentos de defensa del Estado de Israel ante la opinión pública, lo que ha conducido al apoyo y justificación de todas y cada una de las políticas del gobierno israelí y a la pérdida de autonomía política.

Ya sea en cuestiones generales como la defensa de los derechos humanos, una visión pluralista del judaísmo, la evaluación de los episodios de antisemitismo (que los gobiernos israelíes suelen sobrevalorar para promover la emigración), el reconocimiento de la diversidad de corrientes religiosas dentro del judaísmo o la búsqueda de una solución pacífica al conflicto con los palestinos, la relación entre los gobiernos israelíes y las diásporas contiene tensiones que no se explicitan en forma suficiente.  

Las lecciones extraídas del Holocausto, la defensa de los derechos humanos, quedan en suspenso ante posibles transgresiones de las fuerzas armadas israelíes al proteger al país de ataques enemigos. Sobre todo, la ocupación de los territorios palestinos tras la guerra de 1967, y posteriormente la política de colonización, fue  ignorada o tratada  con declaraciones inocuas sobre la expectativa de una futura solución del conflicto.

En la medida en que el Estado de Israel hace permanente la ocupación, por mucho que distinga entre las actitudes de los gobiernos y la existencia del propio Estado (distinción que se basa en un cierto exceso de buena voluntad, pero también en el peligro real que representan quienes niegan el derecho de Israel a existir), la tensión puede aumentar los conflictos y las rupturas en el seno de las comunidades judías de la diáspora.

Gobiernos israelíes como el actual, con su ataque a las instituciones democráticas, con ministros que no se avergüenzan de expresar en público opiniones racistas y xenófobas, y cercanos a grupos europeos de extrema derecha, difícilmente pueden seguir siendo tratados con condescendencia.

Jewish family

El judaísmo en América Latina  

Por último, quisiera mencionar brevemente algunas características del judaísmo latinoamericano.  El judaísmo en nuestra región es un judaísmo periférico, es decir, con poca autonomía cultural, asociado a una baja y decreciente densidad demográfica.

El judaísmo siempre ha tenido uno o más centros hegemónicos que han influido en las diásporas periféricas, los más importantes históricamente en Babilonia, y actualmente en Estados Unidos e Israel, alrededor de los cuales, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, comenzaron a orbitar las instituciones judías latinoamericanas. Simplificando, diría que del judaísmo norteamericano recibimos la influencia religiosa -del movimiento conservador, del movimiento reformista y del movimiento Lubavitch. Este último cambió el panorama del judaísmo ortodoxo tradicional, aportando técnicas proselitistas innovadoras, y se convirtió en el principal punto de referencia del judaísmo religioso ortodoxo. Las corrientes reformista y conservadora, inicialmente al margen de la comunidad, asociadas a las comunidades procedentes de Alemania, pasaron a concentrar el mayor número de miembros.

De Israel llegó la influencia política sobre las instituciones representativas de la comunidad, que pasaron a tener su defensa como una de sus principales misiones, y penetró en las escuelas judías a través del uso del hebreo como asignatura obligatoria y, en general, del uso de símbolos y narrativas asociadas al Estado de Israel. 

En América Latina, la baja densidad demográfica se expresa en una mayor dependencia, tanto política como psicosocial, de los centros hegemónicos, particularmente Israel, y en una limitada producción cultural. Esta situación se agrava tanto por el alejamiento de algunos sectores laicos de las instituciones comunitarias como por la tendencia de algunos individuos con mayores recursos económicos a concentrar su apoyo en grupos religiosos ortodoxos o en Israel.

Las transformaciones sociales, económicas y políticas de la región también han afectado a las características de las comunidades judías, un área muy pobre en investigación empírica. Me gustaría destacar sólo una cuestión, la expansión de las corrientes evangélicas en particular en el Brasil, pero también en otros países latinoamericanos. La cuestión ha sido analizada desde la perspectiva de la situación política actual, en particular el uso por parte de grupos de extrema derecha de símbolos judíos, y en particular de la bandera del Estado de Israel. Sin restar importancia al fenómeno, creo que existe otra dimensión en la relación entre los cultos evangélicos y el judaísmo, que es la de una visión diferente del judaísmo. Hasta qué punto esta visión puede disociarse de los usos políticos actuales es una cuestión abierta.

==============

Los judíos hemos recorrido un largo camino en los tiempos modernos. Desde que el gran filósofo Moses Mendelssohn entró en Berlín por el portón de los animales,  pagando el mismo impuesto que una cabeza de ganado, a finales del siglo XVIII, hasta las sociedades actuales, en las que somos ciudadanos de pleno derecho, hay un largo camino marcado por el abismo del Holocausto.

Las sociedades han cambiado y, con ellas, la condición judía. Seguimos afrontando retos particulares como comunidad, pero sobre todo somos ciudadanos del país en el que vivimos y parte de la humanidad que se enfrenta a enormes desafíos, desde el futuro de las democracias y la crisis medioambiental, hasta el uso de la inteligencia artificial y conflictos bélicos que pueden destruir la humanidad.

La nueva realidad exige la capacidad de mirar hacia el futuro, sin dejarse paralizar por visiones que miran el presente a través de las imágenes que nos transmite el espejo retrovisor. Esto no implica que debamos idealizar la complejidad de la condición judía, ni engañarnos pensando que conceptos como el de identidades con guion  múltiples remiten a dimensiones de nuestra subjetividad y vida social que coexisten armónicamente. Nunca es así. Ya sea en nuestra vida interior o en la convivencia social, nos enfrentamos constantemente a conflictos entre lo particular y lo universal, y a choques entre las exigencias de diferentes valores, intereses y afectos. El primer paso, como científicos sociales y como individuos, es explicitar los conflictos del presente y los heredados del pasado, para que seamos capaces de hacer frente a las exigencias contradictorias de una identidad judía que, como toda identidad colectiva en una sociedad democrática, exige la valorización de la libertad, la autonomía y el reconocimiento, incluso, de la dimensión trágica de la existencia humana y de los caminos de la historia.

Deixe um comentário